Desde la década del 90 en nuestro país estamos transitando varias crisis en torno a la educación. Atravesamos cambios de planes y sistemas educativos que tuvieron su prueba y error, avances y retrocesos; y en el medio… están los niños y adolescentes, participando como “conejillos de indias”.

Muchas personas altamente capacitadas están tomando decisiones sobre los sistemas, procesos y contenidos educativos; pero al mismo tiempo, muy alejados del aula.

Rara vez hemos visto a docentes y profesores participando en la toma de decisiones sobre políticas educativas y esto por supuesto, genera un abismo entre las decisiones tomadas detrás de un escritorio y la puesta en marcha en el aula.

Los docentes se forman con una estructura similar a la que se implementó en el 1800; y aún se mantiene. Esa misma estructura es la que se replica en niveles inferiores hasta universitarios.

Pero… ¿es realmente útil en nuestros días? ¿Sigue siendo relevante para nuestro contexto actual? En 200 años hemos tenido grandes avances en cuanto a ciencias, investigaciones, conocimiento sobre la enseñanza y el aprendizaje, inteligencias múltiples, neurociencias y claro está, tecnologías, sólo por mencionar algunas.

Por siglos los docentes reciben una formación centrada en el “enseñar = transmitir conocimientos” y poco espacio queda para otras tareas altamente relevantes, como ser transformadores de realidades no sólo de conocimiento curricular; sino también social.

Estoy convencida que para estar en un aula, a cargo de niños que se están formando y mucha veces, como principal modelo después de los padres; no alcanza con conocer en profundidad la materia que se va a dictar.

Es necesario tener, por un lado una formación integral, que trascienda el conocimiento explícitamente curricular; y por el otro, un tema que considero muy importante: hacer un trabajo interior para sanar las propias heridas.

Es primordial que cada docente esté en armonía para transmitir y generar armonía con los alumnos. Estar frente a un aula implica enseñar desde el hacer y el ser, con responsabilidad.

Por eso, cuanto más feliz, coherente e integrado esté el maestro, más posibilidades habrá de que el alumno aprenda o al menos, que tenga interés en la clase y le resulte significativa.

Las personas que emanan felicidad, ganas, pasión actúan como un imán para el resto. Que te sientas feliz siendo docente (no sólo haciendo de docente) colabora enormemente en el proceso de enseñanza / aprendizaje. Todos se benefician, tanto los docentes, como los alumnos y el entorno educativo.

Un docente que no tiene respuestas a “para qué enseñar”, es un docente que, a mi criterio, debe cuestionar para qué está frente a un aula.

Digo esto desde el lugar de docente y aprendiz de la vida. Trabajé en escuelas primarias y secundarias y esto me permitió observar a colegas con diferentes actitudes: algunos con ganas y entusiasmo por querer acercar lo mejor a sus alumnos y otros, que sinceramente no tenían interés en ayudar. Por el contrario, sólo pretendían que la hora pasase rápidamente para “escapar” del aula. Este tipo de actitudes está lejos de mi comprensión, realmente muy lejos y me pregunto: ¿cuál es el motivo por el que dan clases?

En mi época de enseñar en las escuelas, he escuchado comentarios más que aterradores, como por ejemplo: “a este en el examen lo voy a reventar“. Observando esta y otras situaciones considero que estos docentes requieren de un trabajo interior y de sanación de las propias heridas y resentimientos. Se enseña desde el ser, no sólo desde el saber. ¿Viviste o estás viviendo alguna situación o sentimiento similar? El alumno capta también lo que no se dice y genera mecanismos de defensa para sobrellevarlo.

Entiendo por educar que es mucho más profundo e integrador que meramente enseñar. Se educa a través del ejemplo y la coherencia. Si nos remitimos exclusivamente al enseñar, debo también considerar que no todos aprenden como yo. Debemos reflexionar acerca de las formas de aprender, y dejar de pretender unificar o estandarizar; por el contrario, debemos realzar las cualidades de cada alumno. Por ello es necesario continuar aprendiendo acerca de metodologías de enseñanza y aprendizaje.

Sólo a modo de ejemplo, voy a mencionar ahora y desarrollar más ampliamente en las próximas semanas, que existen 32 perfiles de aprendizaje diferentes. Cuando enseñamos desde nuestro propio perfil sin considerar a los demás; estamos privando de opciones a los alumnos con el resto de los 31 perfiles.

Educar es poder llegar al corazón, al alma del otro y dejarla transformada. Es ayudarlo a conectarse con su propia sabiduría. Al educar, ofrecemos una guía, no estoy de acuerdo con “educar” desde el imponer. La verdadera educación se produce cuando quien la recibe puede hacer una elaboración. Debe ser, de adentro hacia afuera y de derecha a izquierda… lo que significa desde el hemisferio derecho (más relacionado con el juego, el movimiento) que desde la razón para luego poder estructurar desde el izquierdo.

En definitiva, necesitamos ofrecer una educación más humana, orientada a cómo desarrollarnos mejor en la vida, que nos de herramientas para la vida diaria, además de conocimientos. Sólo los que están abiertos al cambio, a ser flexibles y a adaptarse, van a poder… y espero, ¡seamos muchos docentes participando de este cambio!

Te dejo algunas preguntas que quizás puedas hacerte para empezar a reflexionar acerca del tema:
¿Estoy centrado cuando estoy en el aula y con todos mis sentidos disponibles?
¿Elijo ver qué le puede estar pasando al alumno que “no aprende”?
¿Soy capaz de ser flexible y mirarme para luego modificar lo que se necesite?

Te leo en los comentarios.

¡Hasta la próxima semana!

Gabriela