Presencié una situación que me dejó boquiabierta y durante varios días tuve el tema en mi cabeza… dándome vueltas.

Estaba caminando y apreciando la bella naturaleza en una plaza pública cuando de pronto me crucé con un hombre que también caminaba y su pequeño hijo, conduciendo un auto eléctrico. Se lo veía feliz y sonriente.

De repente el padre le grita con enojo: “¡Te acabo de decir que por ahí no vayas! ¿Vos me escuchás a mi? Al nene se le transformó su sonrisa y su rostro iluminado en uno apagado y triste. No pronunció palabra.

Minutos más tarde vuelvo a cruzarlos y nuevamente el padre grita, “vomitando” palabras sin pausa, sin pensar en lo que está diciendo: “¿Me entendés? ¿Me entendés? Si me entendieras me harías caso.” La respuesta del nene sólo fue asentir con su cabeza sin pronunciar palabra y con cara de temor.

Los gritos de este hombre eran tan intensos, que sentía que me golpeaban a mi. Pensé por un momento en hablarle, pero luego descarté la idea, ya que su actitud era de desquicio.

Reflexionando sobre esta experiencia y tantas otras que observo a diario, noto una gran falta de consciencia y responsabilidad sobre nuestra comunicación verbal.

Lo que decimos, cómo lo decimos, puede ser incluso más agresivo o violento que un golpe físico; y resuena en nuestras cabezas por años.

Me pregunto yo misma… ¿cuántas veces estuve preocupada o angustiada y le hablé a alguien de un mal modo? ¿Cuántas veces intentamos comunicarnos por diversos medios? ¿Cuándo nos ponemos en los zapatos del otro para entender si realmente escucha o tiene algún problema en su sistema auditivo? ¿Y si el otro no nos escucha porque para protegerse directamente bloqueó o desconectó su audición?

Me decidí a prestarle más atención a mis palabras, a mi modo de hablar y a cambiar en primera instancia, para luego invitar a los demás a hacerlo. El cambio empieza por uno. Y quizás… poco a poco vayamos contagiando al resto.

Las palabras tienen un impacto enorme sobre las personas, tanto positivo como negativo, dependiendo del buen o mal uso que hagamos de ellas. Las palabras son energía y vibración.

Pero, ¿de qué se trata escuchar?
Se trata de estar con una actitud abierta y oír las palabras, la intención, el contexto, el tono, los gestos en la comunicación.
¿Realmente somos capaces de escucharnos y de escuchar al otro de la manera más objetiva posible? ¿Intentando comprender qué le puede estar pasando? ¿Por qué reacciona de la manera que lo hace? ¿Tendrá sus motivos? ¿Lo hace caprichosamente? ¿O no sabe hacerlo de una manera diferente?

Hace unos años me topé con el símbolo chino de escuchar y me pareció maravilloso su significado.

La Real Academia de la Lengua Española dice que escuchar es prestar atención a lo que se oye… pero el símbolo chino es muchísmo más explicativo ya que dentro del proceso de oir (ear) le añade los ojos (eyes), el corazón (heart), una atención indivisible (undivided attention) y vos (you). Todo ello incluido en el acto de escuchar algo o a alguien.

¿Dónde están tus pensamientos cuando conversás con alguien? ¿Realmente le prestás atención a lo que te dice o estás viviendo tu propia película? ¿Seguís escuchando sus palabras hasta el final o empezás a pensar en tu propia respuesta?

Lo que hice para autoobservame fue:

1) Poner especial atención a todo lo que entra por mis oídos y lo que sale por mi boca.
2) Antes de tener una conversación con alguien: tomar agua, hacer el ejercicio Gorra de pensar®, generar al menos 4 veces un bostezo (de paso oxigeno mi cerebro) y tocar con mi mano extendida la frente y con la otra mano, el occipital y quedarme en esa posición respirando conscientemente, visualizando una comunicación amable y escucha activa.

Luego de haberlo practicado algunas veces durante 5 días noté cambios muy positivos. Estoy más atenta, me siento más efectiva con mi comunicación y me resulta más sencillo sostener una conversación con mi completa atención.

Te invito a realizar estos ejercicios también y me cuentes cómo te sentís en relación a tu comunicación verbal. Me encantará saberlo.

Gabriela